Viene de la nota de Periodismo en Redacción titulada
Natalia Sánchez reconoció que le apasiona hacer artesa-
nías y lo usa para crear conciencia ambientalista.
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El año pasado inció un Taller
de Reciclado con niños y nos permitió saber de qué se trataba: «Los chicos
juntaban tapitas, tarritos, los rollitos de papel higiénico, botellas y otro
material que ya no se usara. Buscábamos en internet, decidíamos qué queríamos
hacer y yo armaba plaquitas en Power Point para ordenar el trabajo.
Pintábamos con diferentes técnicas. El año pasado tenía 4 días a la semana y
tenía 4 turnos, llegué a tener 30 chicos. Este año también nos juntamos de martes a
viernes, pero me hice mi tiempo para despejarme un poco. Me encanta hacer cosas
con las manos, lo que veo en revistas o en internet y me parecen buenas ideas,
lo pongo en práctica».
Entre risas nos comenó una
anécdota recogida de su experiencia del año anterior: «Una mamá me decía: “No
me duran los rollos de cocina”. Lo que sucedía era que la nena se limpiaba cada
dos segundos las manos para vaciar los rollos. Fue una experiencia nueva que me
dio muchas satisfacciones. Los papás me preguntaban si no daba en el verano, y este
año preguntaban cuándo empezaba. El hecho de que me llamaran los mismos chicos
y otros nuevos significa que no hice tan mal las cosas. Hay otras personas que
hacen trabajos similares, por lo que siempre me tomo el trabajo de encarar
otras ideas, para respetar la creatividad de los demás. Por ejemplo: a los
huevos, cada vez que cocinaba los rompía arriba, los vaciaba y los dejaba secar.
Después cada uno elegía una cascarita, le pintaba una carita y les poníamos
algodón y semillas; con el tiempo le crecían los pelos al huevo. Entonces todos
se llevaban los huevos a su casa, pero como la mayoría se rompían en el camino,
las madres los ayudaban a reproducir el trabajo en sus casas y después las
ventanas tenían en exposición varios huevos con distintas caras: feliz,
enojado, preocupado, etc. A los maples de huevos los cortábamos y hacíamos
orugas, les ponían ojos y los pintaban. Con los maples chiquitos hacíamos
tanques de agua y cocodrilos. Fui a la oficina de cómputos y me traje un montón
de teclados que tenían para tirar. Los desarmamos y con la estructura del
teclado un chico hizo un portarretrato. Lo pintó todo de gris y en los huecos
donde van las diferentes teclas le puso fotos o frases. Con las teclas hicimos cuadros.
Primero pintaron un cuadro y después les colocaron las teclas formando frases».
Agregó: «Para los padres también era positivo, a mí me pasa con los míos, no los dejo pintar en casa porque enchastran todo. En cambio, al taller venían con ropa vieja, guardapolvo si querían (para no estropear nada) y ¡a pintar! Después limpiábamos todo, pero esa libertad para poder jugar, crear y ensuciar sin preocupación, los chicos la disfrutaban mucho. Transcurrida la hora y media se sorprendían cuando los padres venían a buscarlos».
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