lunes, 18 de mayo de 2015

Arte y conciencia ambientalista

Viene de la nota de Periodismo en Redacción titulada

Natalia Sánchez reconoció que le apasiona hacer artesa-
nías y lo usa para crear conciencia ambientalista. 
La Directora del Museo de Ciencias Naturales de Monte Hermoso, Natalia Sánchez, además de compartir con Vicente Di Martino (su antecesor) la devoción por lo relativo al museo y las ciencias naturales también coincidían en el gusto por las artesanías.

El año pasado inció un Taller de Reciclado con niños y nos permitió saber de qué se trataba: «Los chicos juntaban tapitas, tarritos, los rollitos de papel higiénico, botellas y otro material que ya no se usara. Buscábamos en internet, decidíamos qué queríamos hacer y yo armaba plaquitas en Power Point para ordenar el trabajo. Pintábamos con diferentes técnicas. El año pasado tenía 4 días a la semana y tenía 4 turnos, llegué a tener 30 chicos. Este año también nos juntamos de martes a viernes, pero me hice mi tiempo para despejarme un poco. Me encanta hacer cosas con las manos, lo que veo en revistas o en internet y me parecen buenas ideas, lo pongo en práctica».


Entre risas nos comenó una anécdota recogida de su experiencia del año anterior: «Una mamá me decía: “No me duran los rollos de cocina”. Lo que sucedía era que la nena se limpiaba cada dos segundos las manos para vaciar los rollos. Fue una experiencia nueva que me dio muchas satisfacciones. Los papás me preguntaban si no daba en el verano, y este año preguntaban cuándo empezaba. El hecho de que me llamaran los mismos chicos y otros nuevos significa que no hice tan mal las cosas. Hay otras personas que hacen trabajos similares, por lo que siempre me tomo el trabajo de encarar otras ideas, para respetar la creatividad de los demás. Por ejemplo: a los huevos, cada vez que cocinaba los rompía arriba, los vaciaba y los dejaba secar. Después cada uno elegía una cascarita, le pintaba una carita y les poníamos algodón y semillas; con el tiempo le crecían los pelos al huevo. Entonces todos se llevaban los huevos a su casa, pero como la mayoría se rompían en el camino, las madres los ayudaban a reproducir el trabajo en sus casas y después las ventanas tenían en exposición varios huevos con distintas caras: feliz, enojado, preocupado, etc. A los maples de huevos los cortábamos y hacíamos orugas, les ponían ojos y los pintaban. Con los maples chiquitos hacíamos tanques de agua y cocodrilos. Fui a la oficina de cómputos y me traje un montón de teclados que tenían para tirar. Los desarmamos y con la estructura del teclado un chico hizo un portarretrato. Lo pintó todo de gris y en los huecos donde van las diferentes teclas le puso fotos o frases. Con las teclas hicimos cuadros. Primero pintaron un cuadro y después les colocaron las teclas formando frases».

Agregó: «Para los padres también era positivo, a mí me pasa con los míos, no los dejo pintar en casa porque enchastran todo. En cambio, al taller venían con ropa vieja, guardapolvo si querían (para no estropear nada) y ¡a pintar! Después limpiábamos todo, pero esa libertad para poder jugar, crear y ensuciar sin preocupación, los chicos la disfrutaban mucho. Transcurrida la hora y media se sorprendían cuando los padres venían a buscarlos».

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