viernes, 14 de noviembre de 2014

Amor traducido en servicio

Las voluntarias frente a su actual sede en el Hospital 
Eva Perón, sobre calle Mitre.
Cada miércoles por la tarde, a partir de las 14 y hasta alrededor de las 18, la Capilla del Hospital Municipal Eva Perón se llena de guardapolvos color rosa y todo es algarabía. Pues es el día en que las integrantes del Voluntariado de Santa María Goretti se reúnen para coordinar sus actividades, para informarse acerca de lo que se hizo durante la semana y para programar lo que hay que hacer en la próxima. Golpeamos la puerta y nos atiende la asesora legal, Elia Prieto de González. Nos invita a pasar, nos muestra una carpeta con recortes periodísticos que narran la historia de su organización y ella misma, con conocimiento de causa - como fundadora del voluntariado- responde a todas nuestras preguntas.

En sus inicios, allá por el año 1959, las protagonistas eran chiquillas de 15 años, hoy la edad promedio ronda los 60. Lo que no ha cambiado a lo largo de todos estos años es la rutina de trabajo ni el ferviente entusiasmo con el que las integrantes del grupo cumplen su función. Se trata de 22 mujeres que donan y comprometen su tiempo en forma totalmente desinteresada para brindar asistencia a los enfermos, llevándoles alivio a través de cuidados, compañía y a veces nada más y nada menos que una palabra de aliento y esperanza. Todos los días hacen recorridas por el hospital entero en guardias de 4 ó 5, desde las 07.30 hasta las 11.00. Se encargan del aseo de los pacientes internados, los higienizan, le cortan el cabello y las uñas, los visten y les dan de comer, principalmente a aquellos que se hallan incapacitados para realizarlo por sus propios medios. Además, en su taller de costura se hacen cargo de fabricar toda la ropa necesaria para el hospital: sábanas, colchas, cortinas, barbijos, camisolines, ropa de cirugía, repasadores, todo lo que se haga con tela y todo lo que necesite costura. También remiendan  y planchan la ropa para que siempre esté en óptimo estado.  No conocen de feriados ni fechas festivas, están a la orden los 365 días del año.
El grupo nació por iniciativa de Isabel Barbieri y del Padre Alejandro Fahn. Se fundó así el Círculo Juvenil Santa María Goretti, con la participación de más de 30 adolescentes, entre ellas nuestra anfitriona, Elia Prieto de González. El objetivo era visitar a los enfermos y desprotegidos llevando la palabra de Dios y recaudar fondos para que en las visitas se pudiera ofrecer también ayuda material. Al pasar los años las jóvenes empezaron a casarse y por tal motivo no se les permitía formar parte del grupo, lo cual no hacía felices a varias de ellas, principalmente a Elia. Así es que en 1965, habiendo transcurrido casi 1 año desde su casamiento, el Párroco le dio la buena noticia a Elia, de que a partir de ese momento se aceptarían mujeres casadas. A partir de ese momento el nombre del grupo cambió y cambiarían un poco las tareas asignadas, ya que también brindarían ayuda espiritual a mujeres embarazadas, madres carentes de recursos y mujeres solas o solteras, así comenzaron a juntar ropa para los más necesitados, a visitar enfermos y considerar el hospital como su segundo hogar.

En el verano de 1961/62, debieron mudarse al hospital por falta de espacio en la parroquia. Pero no siempre estuvieron en la capilla, les fueron asignados distintos lugares dentro del hospital hasta que finalmente terminaron donde habían comenzado, en la Capilla, con la promesa de una ampliación de la construcción que aún no se ha concretado. El espacio con el que cuentan en la actualidad es realmente insuficiente y como si fuera poco, cuando llueve, el agua se filtra en el recinto. Después de varios años siguen esperando la finalización de la obra.
No reciben ningún aporte financiero ni subsidio alguno, sólo cuentan con donaciones y lo que recaudan en el tradicional “Chocolate Anual”, el cual realizan en fecha próxima al aniversario de la creación del voluntariado (9 de mayo). Sí tienen el apoyo de la comunidad así como de otras instituciones solidarias, que Elia no quiere nombrar por miedo a olvidarse de mencionar a alguna. También los colegios cooperan con todo tipo de campañas. En pocas oportunidades han recibido ayuda de algún diputado puntaltense. Aquellos vecinos que deseen colaborar pueden acercar: lana y ropa en desuso, sábanas viejas, pañales, agujas para coser a mano y a máquina, hilo de coser, elástico, botones, en general todo lo de mercería es bienvenido, como así también las telas (de toallas, de sábanas, etc.), con la salvedad de que sean de algodón. En alguna ocasión han recibido una donación importante pero las telas contenían polyester y éste no es un material apto para la estrerilización. Para los enfermos se pueden aportar artículos de higiene, jabones, esponjas, peines, máquinas de afeitar descartables, desodorantes, revistas y cualquier otro artículo que se considere conveniente.

Algunas voluntarias trabajan en el ropero (año 1998)
Foto: Sra. Elia Prieto de González
Entre los aportes materiales más importantes que el Voluntariado ha hecho a la comunidad rosaleña se pueden contar: un sillón odontológico (2002), un sillón de partos ultramoderno (2003) y la colocación de aire y oxígeno aéreo en todo el hospital (2004). Esta última obra fue posible gracias a una cadena de actos de amor, solidaridad y altruismo. Los fondos salieron de la venta de un inmueble que Juana Iglesias legó a su íntima amiga, Irma de Rubio, en agradecimiento por haberla cuidado a diario durante 6 meses y medio en la sala de Tisiología del Hospital Penna. Esta última, una vez fallecida su amiga, sabiendo del aprecio que Juanita sentía por las voluntarias y que en algún momento les había prometido dejarles algo para ayudar a su tarea de servicio, decidió que lo más justo era donarlo al voluntariado y así lo hizo. Llevó cuatro años el proceso legal y finalmente, con el valor obtenido de la transacción las voluntarias pudieron afrontar el costo de esta significativa obra.
Su labor silenciosa y digna de ser imitada ha sido reconocida varias veces. Recibieron premios por parte de la Casa del Niño, el Círculo de Ajedrez y el Club de Leones para nombrar algunas entidades y fueron homenajeadas más de una vez en la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires. El 7 de octubre del año pasado, Elia recibió el premio “Mujer Innovadora” en La Plata y la semana del 20 de octubre de este año le otorgaron una mención especial con una medalla en reconocimiento a las horas de labor dedicadas como integrante consecutiva de la Comisión de Adultos Mayores en Punta Alta.
La rutina de incorporación “vienen, están 1 año, practican lo que quieren, se dedican a la costura, ropería o asistente de adentro, si les gusta, aceptan y cuando es el día de la virgen , el 6 de julio hacemos una misa y en esa misa hay consagración. La consagración va al escapulario y se hace una promesa en el altar. Entonces ahí quedan consagradas a esto y ahí ya cambia la rutina. Mientras están en el año de prueba vienen cuando pueden, pero cuando ya han sido consagradas tienen que cumplir horarios y están comprometidas.”   Explicó que “el estatuto es muy firme y los cargos directivos deben ser ocupados por personas de la religión católica por respeto a la diversidad, ya que las reuniones con las autoridades eclesiásticas siempre finalizan con una misa y no se puede obligar a alguien a participar de la misa”. Pero a la vez destacó que para formar parte del grupo no es necesario compartir el mismo credo, de hecho, en la actualidad hay mujeres de otras religiones que son voluntarias.
Elia destacó en todo momento la labor de “sus” muchachas como ella llama a las voluntarias: “son extraordinarias, hormigas incansables”, a veces no se explica de dónde sacan fuerzas para seguir trabajando. Son todas mujeres de edad avanzada pero la tarea se hace con mucho amor y eso las llena de satisfacción. Cada una de ellas compartió con nosotros cómo se iniciaron en el voluntariado y algunas de sus experiencias ; a continuación, algunos de los testimonios. 
 Una voluntaria dijo: “Tuve a mi marido internado en Bs. As. No conocía a nadie y la gente me ayudó, entonces cuando vine a Punta Alta quise devolver lo que había recibido. Vine un día, golpeé, me atendió Eli, me hicieron entrar, me pusieron un guardapolvo y hace 30 años que no salgo de acá adentro. Y me siento muy feliz.”
Adita tiene 85 años, hacía un rato había estado arriba de una mesa buscando algo. Según las palabras de  Elia, es una de las que más la acompañó en su largo recorrido. Adita nos contó: “yo le digo siempre que no sé cómo vine, qué fue lo que me empujó. La que hizo el voluntariado me preguntó si no quería venir y yo contesté que sí, de inmediato, sin pensarlo y ya nunca más me fui.”
Encarnación es la mayor (88), no se puede decir la menos joven porque es envidiable la vitalidad de la que hace gala. No recuerda bien cuántos años hace que está en el voluntariado, 26 ó 27, pero sí destaca que: “de entradita me fui al hospital, recién boleadita al hospital, a darle de comer a los ciegos, como yo desgraciadamente soy viuda, no me hago problema por comer a las 12 del mediodía o a las 2 de la tarde. Y a la noche como era la que vivía más cerca, entonces también venía. Tenía una amiga de la infancia, íntima - por la que todavía hoy sigo llorando, que con ella nos ayudábamos, porque en ese entonces éramos poquitas. ”
Otra voluntaria contó con orgullo: “Yo hace 14 años que estoy acá, con ella” –señalando a una de sus compañeras– “ éramos cartoneras, porque teníamos que juntar 1 pesito, porque precisábamos. Nos poníamos en un rincón, aplastábamos las botellas de plástico, separábamos el papel de un lado y el cartón de otro.”
Una de ellas, reflexiva, confesó: “¿Sabés qué pasa, muchas veces digo: ‘¡ay!, no tengo ganas de ir…’ pero ¿sabés cómo tira esto? Y llegamos acá y te cambia la energía, por ahí venís medio decaída y cuando llegás acá te vas arriba enseguida.”
Ante nuestro asombro por la ausencia de personas jóvenes, Elia expresó: “Pedimos a gritos que venga gente joven, la más joven va a cumplir 50. Hoy por hoy la juventud está muy materializada, muy monetizada, todo lo que no rinde no sirve. Lo espiritual, lo humano, la sensibilización para con el trabajo solidario no prende en los jóvenes. Sólo tenemos una mascotita, Micaela Pucheta, que nos acompaña desde los 5 años y ya cumplió los 15, es la bisnieta de una voluntaria. Ella acomoda los libritos, las estampitas, cuando llegan los medicamentos los vuelca en una lista, saca los que están vencidos, hace muchas tareas.”  Quizás a alguna otra alma joven la mueva el sentimiento de fraternidad y se contagie del espíritu fresco y positivo de las voluntarias y se sume a la cruzada. Son los jóvenes quienes inspirados en el respeto y el amor por sus mayores deben cuidar de ellos con esmero y dedicación. Por eso es importante la integración de la juventud a estas luchas.
Bastante desengañada por la habida experiencia, Elia prosiguió: “Por sobre todas las cosas se necesita vocación, si no hay vocación no se puede, yo ya lo tengo bien claro. Aquí se ha acercado mucha gente joven, como hemos pedido, para tener sangre nueva. Pero vienen y cuando ven que esto no es tertulia de mate y torta y que hay que trabajar, se retiran. No vienen más, Acá hay que trabajar, hay muchas cosas para hacer. Esto es lo que se ve acá, pero adentro estamos con el moribundo. Porque ir a maternidad es muy bonito, es la vida que comienza, lo feo es lo otro: el sufrimiento, el que se está muriendo, la familia doliente, eso es lo que más impacta, por eso aquí no se obliga a nadie a ir a la sala, pueden cumplir tareas acá. Pero cuando vienen y ven cómo es el tema no se quedan. Nos damos cuenta de que si no hay vocación, es imposible. Hay que querer, hay que amar, hay que brindarse para que esto funcione y se mantenga.” Sería bueno instar a nuestros jóvenes a acercarse a estas vivencias y experimentarlas en carne propia, tal vez la vocación esté y sólo haga falta despertarla. Vale la pena el intento a juzgar por la felicidad que pudimos ver dibujada en los rostros de las voluntarias.
Negrita –como la apodan cariñosamente a Elia- lo reveló de este modo: “Es algo indescriptible. Cuando se pasa el paredón del hospital para la calle lo que nosotros sentimos acá no se puede expresar, no hay palabras para explicarlo. Porque es irse con el alma llena, la satisfacción del deber cumplido y el haber servido. Nosotros trabajamos para el Señor, no hay vuelta que darle. Jesús es el que nos guía, somos instrumentos de él. Generalmente una sale y mira al cielo y agradece al Señor por lo que nos brindamos.”

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